«Al descender a tierra, vieron brasas puestas, y un pez encima de ellas, y pan. Jesús les dijo: Traed de los peces que acabáis de pescar».

Juan 21,9‭-‬10

Los dos únicos elementos gastronómicos que Jesús comió después de haber resucitado fueron pan y pescado. De ello dan fe las historias de los discípulos que iban para Emaús, allí se dice que el partió el pan. En otra ocasión Jesús se apareció a sus discípulos y ellos pensaban que era un espíritu. En ese momento él les pidió que le dieran algo de comer para que comprobaran que él no era un espíritu. El último episodio de esta serie de apariciones y comidas está narrado en el evangelio según Juan capítulo 21, al cual pertenece el texto que encabeza este artículo.

Jesús llega por la mañana a la playa, los discípulos estaban cansados de haber intentado pescar toda la noche y él les pide algo de comer, pero ellos no tenían nada que ofrecerle. Los discípulos no sabían que era Jesús quién estaba en la playa. Aún así le hicieron caso cuando él les dijo que echaran la red al lado derecho del barco, porque no habían pescado nada en toda la noche. Al momento la red de llenó de peces y ellos se acercaron a la playa. Se dieron cuenta que era Jesús quien los esperaba en la playa. Él los recibió ofreciéndoles pan y pescado a la brasa. Jesús a cambio le pidió que trajeran los 153 peces que habían pescado.

Vemos aquí una transacción. Jesús le pide para comer, pero ellos no tienen. Entonces les da una orden, la cual ellos obedecen. Eso nos enseña que cuando no tenemos nada que ofrecer a Dios lo mejor será ofrecerle nuestra obediencia. Dios mismo dijo que le agrada más la misericordia que los sacrificios y la obediencia más que los holocaustos.

Una segunda cosa que podemos ver en esta historia es que muchas veces pensamos que Dios no necesita nada de nosotros o más bien que nosotros no tenemos nada qué ofrecerle, y nos consolamos diciendo que Dios es rico, que él es dueño de todo, que él no espera nada de nosotros, etc. Pero eso podemos decirlo en términos materiales, porque Dios da, pero también espera. Él espera por lo menos nuestro agradecimiento, nuestra disposición a cumplir con el llamado, la vocación, que ha puesto sobre nuestros hombros y que nuestras actitudes sean coherentes con la cualidad de ser hijos de Dios.

Hay un proverbio que dice que hay tres cosas que nunca se sacian y la cuarta, que es el fuego, nunca dice basta. Muchas veces nosotros somos como el fuego. Recibimos de Dios muchas bendiciones pero nunca nos sentimos saciados, siempre queremos más, nuestro egoísmo no tiene límites. Es una actitud bastante peligrosa y muy común. Jesús ofreció pan y pescado a sus hambrientos seguidores. Ellos, por su parte, le trajeron 153 peces. ¿Qué tienes tú hoy para Jesús?

Recuerda:

Pobre no es el que no tiene nada, sino el que no tiene nada qué ofrecer.

Categorías: Reflexiones

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